CUENTOS

Rescatando el 2005, mis primeros trabajos en Periodismo, cuando era entretenido Castellano...


La zanja

Es verdad que la calle nació para mí. Fui producto de un desliz habitual de mi madre, pero que esta vez salió más duradero, digamos unos siete meses. Y, como se la pasaba fumando y bebiendo, abandonada a su suerte según el galán de turno, no es raro que tenga que subsidiarle sus vicios pidiendo limosna de día o de noche. Pero, a pesar de ello, me enseñó unos pequeños consejos que me evitaron una metida de pata que de por sí, ya lo era. Entre ellas, negociar con los clientes lo más que podía obtener de una noche de amor, con preservativos, pastillas y nada de sadomasoquismo, con tal de llevar un hueso para la sopa.

Fue en una de esas noches cuando conocí a otra niña que pasaba por lo mismo. Tenía a todo reventar dieciséis años, sietemesina igual que yo. Laura era su nombre. Sofía, me presento, y entramos en conversación. Era una niña que ya se quisiera ser alguna pendeja de su edad: rubia natural, flaquita pero con sus pechugas en formación. Y un culo, que de a poco tomaba forma. Chora, no le venían con cuentos ni palabras bonitas. Ella no alcanzó a conocer a su madre, murió en el parto y su abuela se hizo cargo de ella hasta los trece, cuando murió de vieja y sólo quedó con una tía solterona pero caliente como ella sola, se la pasaba restregando los consoladores si algún pretendiente le fallaba.

La cosa es que teníamos una infancia corrompida e inexistente en común. Y de alguna manera lo que no tuvimos, lo sacábamos a como dé lugar. Por ejemplo, siempre que vamos al centro, nos metemos a las tiendas a probarnos esos trajes de moda, y nos quedaban maravillosos. Y, si podíamos, arranca pa’ que te quiero, patitas, sonaba la alarma y los guardias detrás y listo, vestido nuevo p’al trabajo. La disfrutaba harto con la Laura, hasta que un día equis, se me perdió de vista y no apareció más. La busqué, pero nada. Fueron cuatro meses. Terrible fue verla. Ya no era la Laura que salía de tiendas y restoranes haciendo perro muerto. Estaba llena de heridas y su cabello mustio, sus senos más desarrollados, pero un poco más gorda. Ahí, en la esquina de la farmacia con la plaza, nuestro primer encuentro amistoso, burlándonos de un pobre viejo que no tenía ni para la micro y quería filete, ahí mismo nos topamos en estas nuevas condiciones. Nos abrazamos fuertemente y me dijo que había caído en las garras de un cabrón y por ser la especial, el hijo de su madre me embarazó y me manda a trabajar. Ya no sé qué chucha hacer, Sofía, no sé que…

Consuelo de amiga que no puedo dejar de lado, la llevé a la casa, que a todo esto mi vieja ya estaba un poco mejor, consiguió pega en una oficina y se nota algo más acogedora la pocilga, si es que de verdad es una casa. La cuestión ahora es cómo cresta deshacernos del cabrón y enfrentarnos al niño que viene dentro de esa panza que no tiene culpa del padre que lo hizo.Y así fue. Como no nos pescaron en la comisaría, decidimos hacer justicia por nuestras propias manos. Simplemente, le dimos una sobredosis de éxtasis en un trago, en el restorán de siempre, ese boliche de mala muerte como el difunto que estaba por acontecer. Se enojó al principio por la demora de su “niña”, pero, con armas femeninas, lo pusimos en su lugar, unos coqueteos y la droga al trago y lo hicimos pelear con otro cabrón, el cual hizo el resto. Quedó como una venganza de territorio, a lo cual no hubo culpables ni testigos.

Pero, ¿qué haremos con el niño? Cuídalo, Laura, ni se te ocurra abortar, porque te vai tú también y no quiero quedarme sin vos, snif, putas que me he encariñado tanto… Sofía, tate tranquila mi niña, si gracias a ti me he sacado un cacho de encima. No te preocupís, al crío éste lo voy a tener. Y algún día le contaré lo que pasó. Gracias, rucia. Se van calle abajo, bajo los piropos de los maestros de la construcción, no sin antes hacerles señas con el dedo medio...